Y en la caverna de nuestras soledades, nuestro instinto se retuerce, planea, proyecta explosiones y espasmos, sin que luego se sacie con su realización que puesta en balanza con nuestra fecunda imaginación erótica resulta asaz magra. Y andamos, entonces, por ahí errabundos, ocultando nuestros deseos, tapando soles luminosos con la pequeñez de nuestras manos y la insuficiencia de nuestras vestimentas. Qué no se entere el ser de al lado que su carne nos apetece, qué no se entere que su presencia y su rocío feromonal nos despiertan pulsiones que nos impelen a satisfacer ahora mismo, qué no se entere que nuestros frenesíes son tan grandes como los suyos, qué no se entere que a veces nos excitamos con métodos inconfesables, que utilizamos fotos, videos y escritos para que por nuestros ojos entre aquello de lo que escasean nuestros actos. Qué no se enteren que somos comunes con nuestras pulsiones, pero que éstas no son políticamente correctas, que lo correcto es ocultar lujurias, es negar concupiscencias que mal vistas son en este infierno de simulación, en donde es mejor visto agredir al semejante que producirle satisfacciones lúbricas.
Fragmento. Fernando Fernández